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La fachada principal, ahora
convertida en medianera para
incorporar parte del espacio exterior,
es muy parecida a la del palacio
Bucareli, salvo por el ladrillo en
limio característico de Diego Antonio
Díaz201. Con secuencia de ocho
ventanas en la planta baja, y ocho
balcones en la primera planta,
se remata por un entablamento de
arquitrabe, friso y cornisa que tiene
su homónimo en el patio interior,
recorriendo todo el edificio en
una prolongación que reafirma la
horizontalidad del conjunto.
201 El profesor Teodoro Falcón Márquez ya
atribuía el proyecto al arquitecto Diego
Antonio Díaz, por ese estilo arquitectónico
particularmente decorativo que destaca en la
portada de la Iglesia de San Antonio Abad
caracterizado por grandes molduras de trazado
geométrico mixtilíneo en distintos planos de
profundidad. La deducción de este profesor no
iba desencaminada pues otro profesor, Antonio
Sancho Corbacho, ya apuntaba en 1984 que la
decoración de ladrillo en limio constituía otra
especialidad de ese mismo arquitecto. En este
sentido los documentos del archivo Villapanés,
confirman que Diego Antonio Díaz, trabajó
para Manuel López Pintado durante más de 15
años como lo demuestran las fechas de aprecio
y valoración de todos los edificios que
compusieron el definitivo palacio López
Pintado. FALCÓN MÁRQUEZ, T.: Casas
Sevillanas desde la Edad Media hasta el
Barroco. Sevilla, Maratania, 2012, p. 150.
SANCHO CORBACHO, A., Op. cit., p. 15.
ARCHIVO VILLAPANÉS, sector Torreblanca,
atado V, colección particular, Sevilla 1726-1739,
fols. 1-300v.
ArtyHum Revista de Artes y Humanidades, ISSN 2341-4898, nº 50, Vigo, 2018.
www.artyhum.com
A la derecha, un mirador da
cierto aire de fortaleza. Desde ahí, el
patio a diferencia del palacio Bucareli
presenta una galería de medio punto,
alzada sobre columnas de capitel
compuesto que sustentan el dicho
entablamento que es base de la
segunda galería idéntica, pero a escala
menor. Esto producía una altitud
considerable, que se completaba con
la altísima escalera de tres tramos en
vez de dos. Sin embargo, el escudo
no se dispuso en la caja, sino que
se bajó a la pared del primer
descansillo, ocurriendo lo mismo con
su homónimo de la portada. Así, se
pretendía que el blasón familiar de
enormes dimensiones dominara todo el
recorrido de las galerías y de los dos
pisos, no ya de modo anónimo desde
el techo como en el palacio
Vallehermoso, sino en línea con la
visibilidad del ojo humano.
La idea del dominio visual del
poder no cae en saco roto a la hora
de exponer cómo afectaba el cambio
de dirección que tomaba el protocolo,
pues no sólo se trataba de iluminar el
itinerario de la vivienda, sino irradiarlo
en todas las direcciones posibles.