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En cualquier caso, las
incineraciones ya se practicaban en
determinadas zonas como Hungría
(Baden) desde la Edad del Cobre5.
Sin perder de vista las obvias
influencias foráneas6 y otro tipo
de cuestiones, el calcinamiento de
cadáveres y sometimiento de los
cuerpos inertes a ese proceso, tenían
indiscutibles conexiones con el mundo
de las creencias7 en fuerzas y seres
sobrenaturales; como se pone de
manifiesto en la cantidad y calidad de
los ajuares que aparecen en diferentes
enterramientos8. En ese sentido, uno
de los casos más curiosos aparece en
algunos templos etruscos, donde se
han hallado altares de diferentes tipos
y entre los que se encontraban los
dedicados al objeto del sacrificio que
se fuera a realizar9; aunque sin duda la
aportación de Ramos Folques sobre el
levante peninsular ibérico es una de
las más llamativas. El investigador cree
haber hallado una prueba de la relevancia
de las creencias y religión de los fenicios
5 Ibídem, p. 82.
6 Ibídem, pp. 82-84.
7 VV.AA: El Paleolítico. Vol. I. Madrid, Ed.
Nájera, 1986a, p. 154.
8 VV.AA., 1986b, Op. cit., pp. 92-93.
9 VV.AA: Historia de las religiones de la Europa se acostumbra a negar el desarrollo de esa
Antigua. Madrid, Ed. Cátedra, 1994, p. 42. Tal y clase de prácticas entre los semitas, pese a las
como afirma Blázquez.
ArtyHum Revista de Artes y Humanidades, ISSN 2341-4898, nº 50, Vigo, 2018.
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en la ciudad de Elche (Illici)10. La
relevancia de su teoría radica en la
factible realización en nuestro territorio
de un ritual consistente en sacrificar a
los primogénitos, y la documentada
existencia en la zona circundante de
Jerusalén, de una necrópolis de niños
incinerados “en honor de Moloch”,
siendo ésta una práctica criticada y
que habría hallado la oposición de los
profetas, cuando se imitó por parte de
los israelitas esta práctica propia de la
religión semita11.
Que el fuego se convirtiera en
un elemento indispensable en el proceso
de tránsito entre la vida y la muerte,
no era un asunto baladí en absoluto.
El fuego acababa con cualquier
evidencia de la existencia corpórea y
terrenal del ser humano, convirtiéndose
en unas cenizas que, lejos de ser
esparcidas y entrar en comunión con la
naturaleza; eran enterradas con ajuares
diversos que ponían de manifiesto la
creencia en la vida de ultratumba12, con
10 Ibídem, p. 244.
11 Ibídem, pp. 244-245. De cualquier manera y
aunque se cree que las colonias cartaginesas
del Mediterráneo realizaba este tipo de rituales,
también es preciso concretar que, últimamente,
aportaciones dadas al respecto por Diodoro.
12 LURKER, M.: El mensaje de los símbolos.
Mitos, culturas y religiones. Barcelona, Ed.
Herder, 1992, p. 30.